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A lo largo de Tambores de Guerra disfrutara de auténticas perlas literarias, que no son pocas. Después de una batalla, Mauricio, el que hace narrador de la historia, dice “una vez más había eludido la muerte, aunque el futuro se divisaba oscuro, como un crepúsculo lejano y mortecino”. No son una memoria de guerra como las que nos dejaron algunos mariscales de Gran Ejercito de Napoleón o Gran Armée, sino las de un simple soldado de caballería con sable en mano y que a veces descabalga, no siempre de forma voluntaria, para juntarse con la infantería y, al compás de mandobles y porrazos, abrirse camino hacia la vitoria. En la obra se leerá escenas maravillosas, como la del descenso del Orinoco por un grupo de soldados que guiaban y cuidaban de 45 civiles, entre los que había mujeres y niños y, como siempre para Mauricio, alguna aventura amorosa que él no solía desaprovechar. Está obra literaria, que nos hace disfrutar de su lectura al tiempo que aprendemos, Si alguna vez nos hemos quejado del localismo de nuestros escritores, porque generalmente su temática es istmeña, en Tambores de Guerra nos encontramos con una novela ambientada en otros lugares, que son sin embargo muy cercanos nosotros por la historia y geografía. Es una novela bolivariana, un justo homenaje a ese sembrador de sueños que creyó haber arado en el mar, y un reconocimiento a los humildes y aguerridos combatientes que ,en las sombras del anonimato, supieron morir, según el poema de José Martí ,como buenos de cara al sol.